20 mayo, 2008

Los taxistas de Caracas


Hagamos un preámbulo a esta crónica:

Para variar, la palabra Taxi proviene del griego Taji que combinada con otra palabra Metron, devino en lo que hoy se conoce como Taxímetro. ¡No hemos inventado nada nuevo! Infiero que los griegos tan adelantados ellos, ya disfrutaban de este tipo de servicio en sus polis.

Ahora a lo que vamos:
Debido a la falta de mi cacharrito, uso los taxis de la ciudad. Una de las causas por las que salí del vehículo-aparte que ya estaba pidiendo relevo por los muchos años de abuso- fue porque el tránsito en la capital está cada día más infernal. Entre los motorizados, las marchas de protesta y las interminable colas, había que tomar una decisión: o te lo calas o sales de eso… ¡Salí de eso! Cuando uso un taxi y la cuestión está muy complicada, me bajo –previo pago de la tarifa- le regalo un caramelito al chofer, pa´que no me miente la progenitora y dejo que se cale la tranca por mí.

Pues, verán que me divierto mucho con esta nueva modalidad. Comenzando por el regateo del precio de la carrerita: ¡no mijoquerido! No ves que soy una señora jubilada y blablabla… Luego ya instalada –en el sitio del co-piloto, porque sentada en los puestos de atrás mareo- comienza la cháchara del chofer. Si acaso me toca uno huraño, seré yo la que comience la conversación - estoy muy dispuesta a ello- y escucho las cuitas familiares, ocurrencias de todo tipo y protestas del chofer por lo intransitable de la vía, el costo de los repuestos para el vehículo, si es que se consiguen, o el consabido reclamo contra el gobierno. Como estos señores escuchan la radio todo el día, el taxi es prácticamente un conefesionario: te van poniendo al día sobre lo humano y lo divino...

Resulta que hay cantidad de vehículos particulares, con una simple calcomanía que dice: Taxi. Es decir que no están registrados como tales ya que sus propietarios han tenido que dedicarse forzosamente a la profesión a falta de empleos dignamente remunerados.Nuestros taxistas son de condición variopinta: ingenieros desempleados, señoras viudas que han tenido que echarle pichón a la vida, estudiantes, pequeños comerciantes que liquidaron el negocio y afines; tanto nacionales –la mayoría venidos del interior del país- o extranjeros.

Cuando me toca alguno que no conoce los vericuetos de la ciudad, les dirijo la macha como veterana choferesa que fui. Al descender, salgo cubierta de bendiciones y nos despedimos largamente: estoy a su orden; fue un placer; ojalá todos los clientes fueran como usted. La despedida se hace más larga que la carrerita en si. ¡Menos mal que aquí no se estila taxímetros!

Lo que me molesta sobremanera son aquellos taxistas que suben el volumen de la radio para que escuches más y mejor el reggaeton de moda. Por lo visto un mal endémico en nuestro transporte público. Si te sale en suerte un taxis evangélico, tendrás que calarte las canciones que canataban José Luis y Lila dando loas a Jesucristo. ¡Que tortura! Otros irresponsables optan por manejar y no desprenderse de la adicción al celular y te toca a tí actuar de co-piloto para evitar una posible colisión. Pero la idiosincracia de nuestros taxisas va más allá: resulta que el usuario está sujeto a ir donde ellos lo quieran llevar, no donde se supone que debamos ir. Con un total desparpajo te dicen: ¡no yo por esos lados no voy, hay mucha tranca!
Es riesgoso montarse en un bicho de estos; contimás si no están registrados en ninguna parte, así que encomiéndese a San Cristóbal, santo patrón de los conductores y ¡suerte!

¡Vainas de mi ciudad!


Caracas, marzo 2008