01 enero, 2009

Una inocente florecilla



La visión inconfundible de Caracas, está íntimamente ligada a la montaña que la ampara: El Avila. Esta hermosa montaña constituye un Parque Nacional, protegido desde los años 50. Cuenta con una diversidad de fauna y flora. Esta última ha sido estudiada desde la época colonial, comenzando por los naturalistas: Humboldt y Bompland, hasta nuestros días con Pittier y otras múltiples organizaciones ecológicas privadas y gubernamentales que se ocupan de estos menesteres.

Una de las gramíneas más famosas que se encuentran en El Avila, es el Capín Melao (Melinis minutiflora), que en su época de inflorescencia produce una espiga de florecillas coloradas que por la época dicembrina le otorga a la montaña un precioso matiz. Para unos es anuncio de que se está acercando la Navidad, pero para otros, es señal de que hay que sacar el pañuelo y atender las consecuencias de la rinitis alérgica, que nos produce. O sea que con la llegada del Capín melao –y la brisa fresca que baja en las madrugadas- a los habitantes citadinos se nos pone la estornudadera a millón, o se nos alborota el asma y todas esa secuela respiratoria que tiene que ver con este tipo de padecimiento.

Varias anécdotas acompañan a la florecilla: cuentan que Andrés Bello, el único criollo que se atrevió a subir a la Silla de Caracas con Alejandro Humboldt, debió regresar antes de lo pensado por causa de la alergia que le produjo la florecilla. Otros dicen, que la semilla fue traída desde Francia por nuestro afrancesado presidente Guzmán Blanco, para ser sembrada en la montaña. Esto último es poco creíble ya que la planta fue estudiada y clasificada con años de antelación por los naturalistas Humboldt y Bompland.

El caso es que al pasar de los siglos, la planta ha prosperado en la montaña y los caraqueños estamos atentos a la aparición de sus flores, para bien o para mal...


Caracas, enero 2009

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