La actual Iglesia Catedral de Caracas fue el primer Templo parroquial de la Ciudad de Santiago de León, fundada por Diego de Lozada el 25 de julio de 1567. De ese tiempo para acá, este edificio ha seguido paso a paso la historia de la ciudad. Con el terremoto del 11 de junio de 1641, la Catedral se redujo a un montón de escombros. Gracias a la ayuda de la piadosa María Pérez (Maripérez) se pudo construir un templo provisional. Hoy una urbanización caraqueña lleva su nombre. A raíz del terremoto y el paso de los años el edifico ha sido reformado y ampliado, entre ellos: el Presbiterio, el artesonado de las naves interiores y el piso de mármol. En la parte superior de la torre se admira una estatua en bronce que representa La Fe, obra del artista Juan Pedro López. Su última refacción se hizo en 1967 con motivo del cuatricentenario de la ciudad.
El estilo de la Catedral es muy propio de la Colonia. La construcción es muy modesta comparada con otras iglesias latinoamericanas. Empero tiene una singular belleza, y dentro de ella se encuentra entre otras, la capilla de la Santísima Trinidad que data de 1689. Aquí recibieron sepultura los miembros de la familia del Libertador. En 1827 el mismo Libertador en su postrera visita a Caracas vino a rezar ante la tumba de sus seres queridos y emitió un decreto para que se hiciese un monumento, el cual vino a ser realidad en tiempos del General Marcos Pérez Jiménez, por allá por los años cincuenta.
Toda esta introducción me sirve, valga la redundancia, como introducción para hablar del carillón y las campanas de la Catedral. El actual reloj fue fabricado en Londres en 1888 y pagado en libras esterlinas contantes y sonantes. Durante siglos, las finísimas campanas doblaban para indicar la hora, para celebrar las festivales de navidad y pascua y recordarles a los fieles la misa dominical; mediante un carillón tocaban el Himno Nacional y otras piezas de música religiosa. Pero como ahora, hasta el Vaticano está prescindiendo de sus campaneros. Ya no hay quien jale de las cuerdas y active los badajos. Todo está resuelto por toques tecnológicos y basta con apretar un botón para que el tañido se expanda por toda la ciudad.
Me dicen que el reloj de nuestro tempo aún funciona con su original sonido, dando las horas y medias. Hace años que no lo escucho. No voy al centro de la ciudad, ni recorro la Plaza Bolívar como ante solía hacerlo para evitar desagradables encuentros con las hordas chavista, que tienen sitiado el lugar.
Como ya he dicho en otras ocasiones, nací cerca de la Catedral por consiguiente el sonido de las campanas y el carillón marcaron mis horas de vida infantil y colegio. Al correr de los años, dejé de escuchar esos sonidos. Entre la ciudad que cada vez se hace más bulliciosa el sonido de las campanas se ha cambiado por el escándalo de los claxons: los golpes y martilleteos de las construcciones y obras y las sirenas de las ambulancias y bomberos. El progreso acabó con la placidez de la antigua ciudad y el tañer de las campanas. Es bastante a contracorriente asistir ahora a las retretas de la Plaza Bolívar (¿todavía existirán?), donde me llevaba mi abuelo Nicolás y escuchar las campanas. La última vez que las escuché sonar a repique, fue el 23 de enero del 58 cuando la caída de la dictadura.
Esperemos que se presente nuevamente la ocasión de escuchar al vuelo, el sonido de las campanas caraqueñas y sabremos por quién doblan las campanas…
El estilo de la Catedral es muy propio de la Colonia. La construcción es muy modesta comparada con otras iglesias latinoamericanas. Empero tiene una singular belleza, y dentro de ella se encuentra entre otras, la capilla de la Santísima Trinidad que data de 1689. Aquí recibieron sepultura los miembros de la familia del Libertador. En 1827 el mismo Libertador en su postrera visita a Caracas vino a rezar ante la tumba de sus seres queridos y emitió un decreto para que se hiciese un monumento, el cual vino a ser realidad en tiempos del General Marcos Pérez Jiménez, por allá por los años cincuenta.
Toda esta introducción me sirve, valga la redundancia, como introducción para hablar del carillón y las campanas de la Catedral. El actual reloj fue fabricado en Londres en 1888 y pagado en libras esterlinas contantes y sonantes. Durante siglos, las finísimas campanas doblaban para indicar la hora, para celebrar las festivales de navidad y pascua y recordarles a los fieles la misa dominical; mediante un carillón tocaban el Himno Nacional y otras piezas de música religiosa. Pero como ahora, hasta el Vaticano está prescindiendo de sus campaneros. Ya no hay quien jale de las cuerdas y active los badajos. Todo está resuelto por toques tecnológicos y basta con apretar un botón para que el tañido se expanda por toda la ciudad.
Me dicen que el reloj de nuestro tempo aún funciona con su original sonido, dando las horas y medias. Hace años que no lo escucho. No voy al centro de la ciudad, ni recorro la Plaza Bolívar como ante solía hacerlo para evitar desagradables encuentros con las hordas chavista, que tienen sitiado el lugar.
Como ya he dicho en otras ocasiones, nací cerca de la Catedral por consiguiente el sonido de las campanas y el carillón marcaron mis horas de vida infantil y colegio. Al correr de los años, dejé de escuchar esos sonidos. Entre la ciudad que cada vez se hace más bulliciosa el sonido de las campanas se ha cambiado por el escándalo de los claxons: los golpes y martilleteos de las construcciones y obras y las sirenas de las ambulancias y bomberos. El progreso acabó con la placidez de la antigua ciudad y el tañer de las campanas. Es bastante a contracorriente asistir ahora a las retretas de la Plaza Bolívar (¿todavía existirán?), donde me llevaba mi abuelo Nicolás y escuchar las campanas. La última vez que las escuché sonar a repique, fue el 23 de enero del 58 cuando la caída de la dictadura.
Esperemos que se presente nuevamente la ocasión de escuchar al vuelo, el sonido de las campanas caraqueñas y sabremos por quién doblan las campanas…
¡Vainas de mi ciudad!
Caracas, agosto 2008
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