06 julio, 2009

Breve tratado sobre el despecho


Amo a quien me abandona porque me devuelve a mí mismo.
Unamuno.

¿Quién no conoce este vocablo?, y más aún ¿Quién no ha estado despechado nunca? Circunscritos al área caribeña donde la sentimentalidad se ha institucionalizado, hay que señalar que tenemos modismo propios de cada país para denominar este terrible mal: guayabo en Colombia y Venezuela. Despecharse se dice magüarse en Cuba y arderse en México y quién sabe cual más. Como será de insoslayable este sentimiento, que tengo entendido se ha socializado a través de los clubes de despachados, en México y Colombia. Tratados significativos acerca de las etapas del despecho con su correspondiente musicalidad, se han escrito profusamente.

Creo que no exista nadie en este mundo que por lo menos en alguna ocasión no haya pasado por la experiencia. Hasta los antiguos griegos contaban con Eros y Anteros. El despecho es intransferible y unidireccional. Corresponde al abandono amoroso y a diferencia del engaño, no va acompañado de ira o deseos de venganza contra el despechador. Muy por el contrario, va acompañado de congoja y adoración. No se odia al despechador. Mientras más rechazados nos sentimos más lo amamos. Precisamente eso es lo que nos impide salir del laberinto en el cual nos encontramos.

El despecho no solo se padece, también se escucha: rancheras, boleros y algún tango –en Colombia lo resuelven a ritmo de vallenato- generalmente acompañados de tragos y confesiones amistosas. O de la paciencia del barman habitual –que de estas cosas sabe mucho- y nos ayuda a sobrellevar el trance mejor que cualquier psiquiatra experimentado.

Los despechados de esta generación se encuentran en desventaja si los comparamos, con nosotros los de antes. ¡No concibo un despecho a ritmo de rock! o será que ahora estas cosas no se estilan y por consiguiente no hay música que las acompañe. ¿Dónde conseguir en estos tiempos una rockola con las rancheras cantadas por Javier Solis, o los boleros de Tito Rodríguez? Por supuesto, las nuevas generaciones carecen de estos referentes. No han escuchado ni siquiera por curiosidad melómana a Carmen Delia Dipini, a Lucho Gatica, a la Lupe, o a Edith Gourmeite. Debemos agradecer a José Luis, quien con sus remake ha logrado introducir timidamente el bolero entre las nuevas generaciones. Puedo afirmar sin que me quede duda alguna, que para nuestro sentir caribeño aplica mejor Tito que viene a ser algo así como el santo patrono de los despechados.

No es por desmerecer los sentimientos de personas de otras latitudes, pero un despecho acompañado por las baladas de Miguel Ríos por ejemplo, no tiene ná que ver comparado con El Puma y los Panchos. Las baladas son muy lindas pero carecen de la necesaria intensidad melodramática que junto con boleros y rancheras acompaña intrínsicamente al despecho. Despecharse musicalmente en otros idiomas complica más el asunto. Tengamos en cuenta que efectuar la traducción de lo que se escucha, termina por desconcentrarnos de nuestro sufrimiento.

Por si fuera poco, el guayabo se autorrefuerza con toda una parafernalia cursi que sirve de refugio al enguayabado o la enguayabada: fotomatón abrazaditos, lacitos de regalos, tickets de eventos que se disfrutaron juntos, tarjetas postales con palomitas, flores marchitas, cajitas vacías de bombones y fósforos, revolvedores de cocktails y así ad infinitum. Mención aparte merecen las cartas atadas con cintas y guardadas en el cajón de la mesita de noche, testigo de la correspondencia mantenida cuando no se había instalado el desamor.

¿Cuanto puede durar un guayabo? difícil precisarlo. A veces –y es lo recomendable- se mantiene hasta que un nuevo enamoramiento venga al rescate. Entonces tal vez, se nos dará una nueva oportunidad para volver a despecharnos. La cuestión es recurrente; hay despechados consuetudinarios. Parece que uno le coge el gusto a la vaina...

Para finalizar, los dejo en compañía del gran Tito Rodríguez pa´que se apuñalen bien:
http://www.youtube.com/watch?v=IrOCcjS3_LM


Caracas, 2005

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