Es de todos sabido, la importancia estratégica de la política exterior de un país, así como también lo es la importancia que para la concreción de esa política tienen los representantes diplomáticos en los organismos internacionales y las embajadas. Por ello se estila designar en los países de alto perfil (léase: de peso en el contexto internacional), o bien a avezados profesionales de carrera (actualmente sólo quedan 5 profesionales de ellos), o bien a personalidades del mundo de la cultura.
Ante cuando éramos un simple país democrático y nos llamábamos República de Venezuela a secas, cumplíamos mal que bien esas premisas. Así entre los inquilinos de la Casa Amarilla estuvieron: Juan Germán Roscio (nuestro primer Canciller), Ignacio Luís Arcaya, Efraín Shat Aristiguieta, Simón A. Consalvi y Enrique Tejera París, para nombrar unos pocos. Embajadores de la talla de Mariano Picón Salas (escritor) que también nos representó ante la UNESCO en París, J.L. Salcedo Bastardo (historiador) y Lucila Palacios (poetisa) entre otra mucha gente valiosa. Así como México y Chile, tuvieron como embajadores a Octavio Paz y Pablo Neruda respectivamente. La revolución cubana en sus inicios, puso en su embajada en Francia nada más y nada menos que a Alejo Carpentier.
¿Y a nosotros quiénes nos representan en el exterior? Para muestra basta un botón: nuestro actual flamante Canciller en una ocasión llegó a Sao Paulo y armó tremenda protesta oficial porque los representantes del Itamaratí no estaban para recibirlo. ¡Qué pena con ese señor! Así nuestro embajadores no pueden ser menos. En su mayoría son chafarotes incondicionales al caudillo colocados allí no para representar a nuestro país, sino para representar a la revolución bolivariana y subvencionar la creación de cuanta organización extremista aparezca con intenciones de defenderla.
Hay un refrán que dice: piensa mal y acertarás. Así, soy mal pensada y me muero de la risa con imaginar a nuestros diplomáticos castrenses, pasando vaporones en los condumios oficiales. Sabido es que en los cuarteles el rancho no se sirve con finura ni se acatan modales para el yantar; o sea que lo aprendido a través de los años se convierte en hábito. Por consiguiente, debe ser para coger palco verle la cara a nuestro embajador en l'Élysée, sentado en una lujosísima y larga mesa, con toda la cubiertería napoleónica y el pobre –con la servilleta de babero- sin saber por dónde comenzar. En la recepción de fin de año en el Palacio de Buckingham, imagino a uno de los integrantes de nuestra representación revolviendo los cubitos de hielo del wisky con el dedo y después chupándolo, abriéndose paso a codazos para llegar a la bandeja de los pasapalos y reclamar porque no hay hallaquitas de chicharrón. Cuando esté pasados de palos, se empeñará en darle el abrazo de feliz año a la pana Elisabé, siguiendo el ejemplo de su amadolider...
Para confirmar la regla habrá sus excepciones, en especial del lado de las señoras embajadoras, a quienes quizá se les habrá ocurrido coger un cursito relámpago de etiqueta y buenos modales –para mejorar el desempeño de sus consortes- o leerse el Manual de Carreño, que para los efectos también sirve.
Cuando el dolar a 4.30 -o sea en la IV Rep.- a los venezolanos nos acogían en todas partes con los brazos abiertos y en muchos países no requeríamos visado. Ahora con eso del terrorismo, el narco-tráfico y uno que otro país sospechoso de proteger guerrilleros, etarras y mantener estrechos lazos fraternos con países talibanes (entre los cuales desgraciadamente nos contamos), las cosas se nos han puesto color de hormiga.
Ahora, cuando llegas a la taquilla de una aduana en el exterior -después de hacer la cola de los indeseables- sacas tu pasaportito así disimuladamente y se lo das al oficial. Él te mira de arriba abajo y comienza con el interrogatorio: ¿De dónde viene? De Caracas, respondes bajito para que no se enteren los de la cola. ¿Qué viene a hacer; por cuantos días; tiene todas las vacunas? Muéstreme los dientes; ¿a dónde llegará; cuanto dinero tiene ? Abra el maletín, ¿qué es eso, contrabando? No, es un roncito que le traigo a mis amigos. Ante esta andanada de preguntas, el venezolanito se cohíbe cada vez más y para sus adentros se encomienda a San Judas Tadeo, las Animas del purgatorio y al paisano José Gregorio, para que el energúmeno de la aduana le selle el pasaporte y no se le ocurra devolverlo como a otros tantos sudacas apestosos, de los cuales ahora formamos parte. Si te llegan a detener, olvídate de llamar a tu delegación: trabajan sólo de 9 a 11am, no atienden en otros horarios ni en días feriados y si por una de esos ignotos designios de los dioses llegan a tomar el teléfono, el funcionario encargado de esos asuntos, no vino hoy.
No me voy a extender en el servicio que se presta a nuestros coterráneos en estas delegaciones. Si aquí en la capital no se consigue un pasaporte, sin la consabida coima ¿Qué quedará para esos consulados o embajadas? Así estamos en el contexto internacional. Tratando por todos los medios, mejor dicho por medio de los petrodólares, de obtener una aceptable figuración. Pero morimos en el intento, gracias a nuestra poco idónea representación exterior.
Si dicen que por la maleta se saca el pasajero y por su cuerpo diplomático se saca el país.
Caracas, marzo 2009
Cuando el dolar a 4.30 -o sea en la IV Rep.- a los venezolanos nos acogían en todas partes con los brazos abiertos y en muchos países no requeríamos visado. Ahora con eso del terrorismo, el narco-tráfico y uno que otro país sospechoso de proteger guerrilleros, etarras y mantener estrechos lazos fraternos con países talibanes (entre los cuales desgraciadamente nos contamos), las cosas se nos han puesto color de hormiga.
Ahora, cuando llegas a la taquilla de una aduana en el exterior -después de hacer la cola de los indeseables- sacas tu pasaportito así disimuladamente y se lo das al oficial. Él te mira de arriba abajo y comienza con el interrogatorio: ¿De dónde viene? De Caracas, respondes bajito para que no se enteren los de la cola. ¿Qué viene a hacer; por cuantos días; tiene todas las vacunas? Muéstreme los dientes; ¿a dónde llegará; cuanto dinero tiene ? Abra el maletín, ¿qué es eso, contrabando? No, es un roncito que le traigo a mis amigos. Ante esta andanada de preguntas, el venezolanito se cohíbe cada vez más y para sus adentros se encomienda a San Judas Tadeo, las Animas del purgatorio y al paisano José Gregorio, para que el energúmeno de la aduana le selle el pasaporte y no se le ocurra devolverlo como a otros tantos sudacas apestosos, de los cuales ahora formamos parte. Si te llegan a detener, olvídate de llamar a tu delegación: trabajan sólo de 9 a 11am, no atienden en otros horarios ni en días feriados y si por una de esos ignotos designios de los dioses llegan a tomar el teléfono, el funcionario encargado de esos asuntos, no vino hoy.
No me voy a extender en el servicio que se presta a nuestros coterráneos en estas delegaciones. Si aquí en la capital no se consigue un pasaporte, sin la consabida coima ¿Qué quedará para esos consulados o embajadas? Así estamos en el contexto internacional. Tratando por todos los medios, mejor dicho por medio de los petrodólares, de obtener una aceptable figuración. Pero morimos en el intento, gracias a nuestra poco idónea representación exterior.
Si dicen que por la maleta se saca el pasajero y por su cuerpo diplomático se saca el país.
Caracas, marzo 2009
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